De repente parece que todo el mundo a nuestro alrededor sigue alguna dieta en la que han restringido totalmente uno o varios alimentos. Seguro que, si no te sucede a ti, conoces a personas que sufren intolerancia alimentaria al gluten, la lactosa, el huevo, etc. Pero, ¿es una moda o son reales tantos casos de intolerancia?
Lo primero es que no se debe confundir alergia con intolerancia alimentaria. La primera es una reacción inmunológica con consecuencias graves, que pueden llegar hasta el ingreso hospitalario; mientras que la segunda es un proceso más lento y discreto, pero no por ello menos grave, que implica una mala digestión del alimento en cuestión pudiendo llegar a provocar síntomas más o menos molestos.
Síntomas de intolerancia alimentaria
Muchas personas están acostumbradas a sentir molestias gastrointestinales después de comer, lo han normalizado y tienen asumido que tendrán que vivir con ello. Cuando prevén tener una comida copiosa o cuando se sienten especialmente mal después de comer, se automedican en lugar de tratar de identificar si hay algún alimento que repetidamente les sienta mal.
Según el bioquímico López Elorza, presidente de la Sociedad Andaluza para la Investigación de Intolerancias Alimentarias, el 50 % de la población tiene intolerancias alimentarias, aunque la mayoría lo desconoce. Hay varios síntomas que pueden indicar que no procesamos correctamente algún alimento, pero también pueden deberse a otras causas. Por ello, es importante acudir al especialista para que realice las pruebas diagnósticas necesarias hasta dar con el problema.
Dos de las señales más claras de una posible intolerancia alimentaria es la hinchazón abdominal con dolor y los gases después de ingerir el alimento en cuestión. Síntomas evidentes de tener problemas alimenticios son los episodios de estreñimiento seguidos de colitis. Otras manifestaciones que cuesta más asociar son dolores de cabeza, cansancio crónico, mala absorción de los nutrientes que deriva en anemia, por ejemplo, también cambios de peso, inflamación de las articulaciones, problemas de sueño, alteraciones cutáneas, entre otras muchas.
“Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”
Ya lo dijo Hipócrates hace 2.400 años, hay que tratar las enfermedades a través de la alimentación. Esto no quiere decir que los medicamentos bajo prescripción facultativa no sean útiles, sino que, aún más importante que éstos, es la dieta alimenticia. Cuanto mayor cantidad de comida procesada, más probabilidades de desarrollar intolerancias alimentarias. Como alimento procesado se entiende desde el pan congelado o fermentado en una hora, pasando por las salsas, hasta casi cualquier producto envasado.
Hay que tener en cuenta que, no solo los alimentos influyen, también las condiciones ambientales como la contaminación del aire y la electromagnética, el estrés, el abuso de antibióticos, etc.
Intolerancias alimentarias más comunes
Las más conocidas a nivel general son la intolerancia al gluten (algunos cereales) y la lactosa (leche animal y derivados). Pero existen otras menos conocidas, aunque no por ello poco extendidas, como a la fructosa (azúcar de la fruta), la sacarosa (azúcar común), la histamina (embutidos, chocolates, quesos, levadura, alcohol, pescado…), la lipasa (grasas y aceites)…
¿Cómo detectarlas? Lo primero es tener algunos de los síntomas anteriormente citados, no tiene sentido que te sometas a pruebas si no tienes ninguna dolencia, evita caer en el timo de los test que se ofrecen en Internet. Tu médico será quien decida qué pruebas diagnósticas debe realizarte, cómo y cuándo: analítica de sangre, de orina o heces, de aliento o biopsias.
Además, es importante tener en cuenta que los expertos recomiendan no consumir productos ‘sin’ si no existe una intolerancia demostrada, ya que puede resultar contraproducente. Lo más aconsejado para mantener un buen estado de salud, si no hay ningún diagnóstico que lo contradiga, es seguir nuestra tan bien valorada dieta mediterránea.